Foso que bordea todo el palacio |
Mandalay no es un lugar muy agradable a primera vista, al menos el downtown y alrededores. Si alguien tenía la idea de una ciudad exótica de cuento medieval (como era más o menos mi caso, no sé cómo diablos se me debió meter esa idea en la cabezota!) con templos y palacios, con reyes, cortesanos, bufones, y alfombras rojas, una especie de mil y una noches en el lejano oriente, que se vaya olvidando... La realidad es otra bien distinta. Una maraña de calles en cuadricula, un trafico caótico, polvo que se te engancha al cuerpo como una pegatina, baches, agujeros, aceras inexistentes. Vamos, lo que se dice un suplicio para el caminante. Pero como es aquí donde se encuentra la mayor parte del alojamiento, transporte y restaurantes (al menos los accesibles económicamente para mochileros) pues casi que resulta la mejor zona para quedarse.
La parte de los palacios reales y la colina sí que tiene otro aire, más relajado y bucólico, aunque bueno, lejos aún del cuento soñado... Alrededor, un foso bordea el enorme cuadrado que forma el palacio, de unos 3 km de lado. Se trata de un larguísimo paseo con muchos árboles y la vista en la lejanía de los picos color oro de las pagodas, sobresaliendo estas entre el verde de los arboles, le da un toque un tanto novelesco, aunque bueno tampoco hay que pasarse...
El palacio real no me resulto muy interesante. Esta reformado por completo ya que fue destrozado por los bombardeos de la WW II y aun así, tiene un aire a viejo y decrepito, todo de madera, muy herrumbroso y con un olorcillo a armario cerrado que te envuelve durante todo el paseo. Así que resulta un poco artificial. Lo mejor de la visita fueron los contrastes del rojo de los tejados con el cielo azul y el blanco de las nubes y, muy importante, que apenas había turistas por allí.
Palacio real |
Por la tarde, la subida a la colina, vista desde abajo, prometía. Después, la realidad fue otra bien distinta, ya que las escaleras no parecían tener fin y mientras tanto, ibas pasando cientos de insulsas tiendas de venta de todo tipo de baratijas y parafernalia para ofrendas (cirios, incienso, comida, estatuillas de Buda y miles de cosas más). Es como si de repente te encontraras en tu ciudad con una calle toda llena de bazares chinos. Lo más normal es que salieras corriendo despavorido. Y peor aún, como has de ir descalzo, vas sintiendo como el agua y el barrillo se te cuela por entre los dedos de los pies haciendo "cras cras". En un día de lluvia, el suelo esta resbaladizo y es bastante peligroso. Puedo certificarlo ya que di con mis huesos en el suelo en una maldita escalera justo como 10 escalones antes de llegar al final (vaya racha, primero el bache en el que me caí en Yangon, luego el cemento fresco por el que metí las pezuñas y ahora esto; 3 de 3, un cien por cien de aciertos que llevo en Myanmar!). Y los locales ni se inmutan, ya que parece que en lugar de plantas y dedos en los pies, tengan botas de piel de oso y garfios con los que agarrarse al suelo con esos cacho pinreles...!
Singing in the Rain... |
Entonces qué? Merece la pena venir aquí? Pues sí, porque lo realmente bonito de Mandalay está en las afueras, accesible en viajes de un día desde la ciudad. Las antiguas ciudades históricas de Amarapura, Inwa (Ava) y Sagaing son casi una visita obligada. Hay varias formas de ir, pero ciertamente la que nos pareció la mejor fue alquilar un "blue taxi" para el día completo, quedar con el taxista los lugares a los que queríamos ir y el ritmo al cual moverte, a nosotros nada de prisas ni de ir a golpe de silbato... Un día completo de taxi incluyendo paradas a comer, esperas y demás te sale por unos 15.000 Kyats (unos 20US$, ciertamente asequible).
Un gong para que se cumplan nuestros deseos |
La razón de la visita a este monasterio es ver comer a los monjes a las 10 de la mañana, todo un ritual y un espectáculo en el que, aunque un poquito turistizado, se respira un ambiente que aun sigue siendo muy autentico. Van llegando cientos de monjes, la mayoría niños, se ponen a la cola y van recibiendo en silencio un plato entero de arroz que meten en su enorme bol negro. Entonces entran en el comedor y se ponen a comer. Una comida buenísima y abundante por cierto, con un montón de platos para acompañar. Que olorcillo mas bueno y que hambre que te entraba ya a esas horas de la mañana... Quien se pensaba que los monjes solo comían arroz? Pues de eso nada!
A ver que hay hoy pa comer... |
Aqui mi cuenco bien agarradito... |
Ay que llegamos tarde y ya no hay na...! |
Vaya festin! |
Como idea no esta mal no...! |
Lo mejor es tomárselo con calma, parándote en cada rincón a echar una foto, o a que se la echen contigo. No es raro que turistas locales te pidan que te hagas una (o varias) fotos con ellos. Parece que les resultamos igual de exóticos que ellos a nosotros... La vida transcurre muy relajada. La gente va yendo de un lado para otro saludándote cada dos por tres "Min ga la baaa" y así te vas cruzando con monjes que te sonríen con mirada curiosa o mujeres haciendo equilibrios transportando enormes bolsas aplastadas contra la cabeza sin apenas inmutarse, llevando quien sabe cuántas cosas ahí apelotonadas como quien llevara un sombrerito de paja de nada...
Imagen del puente |
Tranquilamente, sin prisa... |
A ver que pesco hoy... |
Horse cart para llevarnos |
El unicornio. Bueno, los unicornios... |
Colina y puente de Sagaing al fondo |
Precioso templo |
Vamonos de vuelta |
El mundo es miiiioooo! |
Monk chat a media tarde |
Terracita de Sagaing |
Bonitas vistas del rio Ayeyarwady |
Cientos de estupas y pagodas alla donde mires |
Pagodita de oro |
Nuestro blue taxi y los inevitables pinchazos! |
Y todavía quedaba lo mejor por llegar; las dos joyas de Myanmar: Bagan e Inle Lake, pero eso para la próxima!
No hay comentarios:
Publicar un comentario