22 julio 2013

Bangkok, la otra cara


City of Angels, Venice of the East, la ciudad de la joya eterna, la ciudad impenetrable del dios Indra, la magnífica capital del mundo dotada con 9 gemas preciosas, cientos de calificativos para esta mega urbe asiática cuyo nombre en thai se encuentra en el libro Guiness de los records por ocupar la cara entera de una hoja tamaño DIN A4, siendo por ello la ciudad con el nombre más largo del mundo. No es broma, el que quiera que lo compruebe...
Al visitar ciudades es inevitable, y sobre todo si es la primera vez, realizar comparaciones, aunque sea de forma imperceptible, casi inconsciente. La primera vez que vine a Bangkok lo hice desde la India. Tras casi 5 meses en una jungla de polvo, basura, pobreza, caos y mil calamidades entre indios y nepalíes, al pisar al aeropuerto Suvarnabhumi me entró tal síndrome de Papa que casi caigo de rodillas a besar el suelo, y por fin entendí aquello de poder comer sopas en ellos. La dama veneciana me pareció en aquel momento el mayor oasis natural habido en mil años luz a la redonda. Así hasta el punto de llegar a permanecer en la urbe más de 15 días, pasando el tiempo subiendo por el cielo en Skytrain, surcando canales (aquí llamados Khong) cual gondolieri por las arterias de la ciudad, tomando helados de colorines y cafés frappeados en centros comerciales mega recauchutados o tumbándome en Lumpini Park observando los mansos lagartos-cocodrilo mientras disfrutaba de un fresh coconut o un mango shake para mitigar el sofocante calor de marzo. Esos fueron mis 15 días flechazo con BKK, durante los cuales todo era placido y maravilloso y mi querida ciudad apenas se tiraba pedetes, los gases de los tubos de escape eran como eructitos de bebe al que hacerle gracias y carantoñas y 40 grados a la sombra sólo eran un poco más que calorcito rico...

La cosa fue cambiando en segundas y terceras visitas, ya que estas fueron estancias más bien cortas de 4-5 días por algún tema logístico, léase de camino hacia otro lugar del país, algún tema diplomático aparcado, papeleos y visados para visitar otros países o acopio de suministros para atrincherarse en lugares más inhóspitos y con menos comodidades. El enamoramiento seguía, eso sí, y a pesar de los primeros disgustos, no perdía ocasión de llevar a la city al cine, a un paseo por el centro o a una cena romántica cuando los temas "legales" dejaban un huequito para el ocio.

En mi cuarta visita a Bangkok, este año 2013 durante una semana y por motivos bien diferentes, la  cosa ha cambiado bastante. Resulta que a la ciudad le han salido arrugas (o igual siempre estuvieron allí y yo sin darme cuenta), no paró de tirarse pedorretas enteras como fallas valencianas y eructos de brontosaurio la muy guarra. En cada esquina veía una rata (o varias), un grupo de casas derruidas o a cada dos pasos un puesto callejero vendiendo una sopa de noodles con un olor a cerdo nauseabundo que tenía que dejar de respirar por unos segundos. Lo curioso es que dos años atrás lo hubiera apreciado como un aroma típico y genuino de la gastronomía local. Y eso por no hablar de Chinatown, ese conglomerado de casas, comercios, vendedores, coches, basura y perros estrábicos con cara de pocos amigos, todo amontonado, donde lo mismo ves una tienda de joyas y oro a un lado y al otro uno más de esos nauseabundos puestos de sopa, donde el cerdo te esta mirando, fija y acusadoramente desde detrás de un cristal, con la cabeza colgando de una cuerda de un gancho, dispuesto justo a romperse cuando tú pasas por delante para intensificar más si cabe tu sentimiento de culpa si no tienes la suerte de ser vegetariano...

En esta visita, Bangkok se me ha desconchado un poquito, se le ha descorrido la pintura de la cara y me ha enseñado las patas de gallo que en su día no quise ver. Tráfico, humos, caos, basura, masas de gente, calor sofocante, Asia en estado puro. Un edificio lujoso y al lado 4 casas caídas a cachos con cables en punta colgando dispuestos a darte un pepino de 220V como te descuides. Un metro futurista con aire acondicionado y estaciones de mármol, a la vez que trenes cafetera con cucarachas que avanzan a 20 por hora, o pickups a reventar que llevan empaquetadas personas como latas de berberechos (es que lo de sardinas parecía muy obvio y los berberechos tambien están muy juntitos). Y mientras, a todo esto, y en el medio del jaleo, resulta que también hay personas. Los thais. Estos seres extraños que me descolocan, que parece que están y no están, o viceversa, es decir, que no están pero sí. A los que algunas veces entiendo y la mayoría me quedo con las ganas, a los que veo en ocasiones como cyborgs autistas que levitan en un submundo impenetrable gobernado por motocicletas, smartphones, juegos de guerra, cafés helados sorbidos en pajita y tabletas last generation.

Pero conocerla es comprenderla y tambien quererla aún más. BKK no sería BKK si todo fuera lujo y vanguardia, si las impresiones primeras fueran las únicas que cuentan y no existieran las cloacas, los callejones oscuros y los distritos rojos que tambien la definen. Por suerte o por desgracia BKK poco tiene que ver con su vecina y feroz competidora Singapur, eje del mal del Sudeste Asiático caída en desgracia irremediable y vendida a las garras del capitalismo occidental más salvaje, sin una mota de polvo, sin arrugas, sin michelines, sin pedetes siquiera (estarán prohibidos), a la que solo le salen flores por el culo, llena de normas y castigos que en BKK causarían mofa a sus ensordecidos habitantes.

Y después de la cuarta, qué? Pues supongo que después de la cuarta vendrá la quinta, elemental mis queridos. Así en la quinta y en la sexta y más allá, seguiré descubriendo esta ciudad que late y rezuma Asia por todos sus costados, que quiere y puede, pero que tambien tropieza y cae. Esta ciudad que nunca quiso ser de mayor como NYC ni de joven viajar a LA para escapar un día y ser otra ciudad, como su vecina pintada, maquillada y que luce cada día lentejuelas y caros trajes de noche. BKK quiso ser ella misma, no por nada, sino porque era lo único que podía, lo que tocaba, lo que sentía o simplemente lo que sabía hacer.

BKK es hija de Asia y Asia no se entiende sin BKK. Caminan juntas y separadas a la vez. Son ángeles y demonios, cielo e infierno.
Como nosotros mismos. Como la vida misma.

2 comentarios:

  1. Creo sinceramente que es la mejor entrada sobre BKK que he leído. Un abrazo Iñaki. Seguimos por tu tierra, ahora en Khao Sok.

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  2. Gracias amigo, me alegrro que te haya gustado! Siempre es de agradecer que haya alguien al otro lado leyendo e interesado en las vivencias personales de cada uno, esto es, las batallitas vamos...

    Un abrazo, seguir disfrutando de esta hermosa tierra

    Hasta pronto!

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