Hay algo mágico en los ríos. Ellos fluyen, como la vida,
como el tiempo, sin importar nada ni nadie. Hay un dicho Budista que es muy
común encontrárselo en cualquier monasterio o templo: “Time and tide wait for
no man”, algo así como que el tiempo y la marea no esperan a nadie. Y cierto
es. Así lo puedo comprobar cada vez que me detengo ante un rio de Asia, como ante cualquier otro, pero no me digáis por qué, los ríos de
esta parte del mundo ejercen un efecto diferente, casi místico sobre mí. Por
pequeños o grandes que sean, vengan del Himalaya o nazcan en cadenas montañosas más
modestas, hay mucho de magia en estos ríos, mucho de misterio, mucho de vida...
Será el color chocolate que tienen, algunos por
contaminados, otros por arrastrar durante muchos kilómetros los sedimentos de
esta tierra marrón y tropical, humedecida e inundada por las lluvias. Selva y
jungla virgen que es atravesada por estas aguas que a su paso nada esperan ni
nada les importa. Ellos se deslizan, navegan, a veces calmados, otras furiosos,
durante cientos, miles de kilómetros, sin importarles nada de aquello que van
dejando a su paso; villas, personas, formas de vida y cultura que de ellos
dependen, que ven como durante generaciones han luchado por domar a ese o aquel
rio que a la vez les trae vida y riega sus campos, como otras trae muerte en
forma de furia y enfado desbordándose y llevándose por delante todo aquello que
se interpone en su camino. Será este uno de los motivos de que los ríos me
parezcan algo mágico en Asia, algo sagrado, como los consideran muchas culturas
y religiones como la hindú por ejemplo. Aguas en las que bañarse, purificarse,
dejar atrás todo lo malo, todo lo no deseado y dar paso al nuevo día, al nuevo
Sol, a la nueva vida, renovarse para volver a ser, un comenzar
de nuevo continuo, un eterno retorno simple y humilde representado en un teatro del que
a veces he sido un privilegiado espectador, por suerte, mucha suerte.
Ríos que a veces hacen de frontera entre naciones a su paso,
siendo ellos tan ignorantes de aquello que dividen como de aquello que unen, de
que su existencia puede ser a la vez vehículo de acercamiento como de
aislamiento y falta de entendimiento.
Ríos que vienen y van, ríos que te atrapan el alma,
corrientes que fluyen hacia no se sabe dónde, hacia lugares remotos donde vive
gente que jamás verás, poblados que ni siquiera alguna vez sabrás que existen.
Ríos que nacen y mueren eternamente, día tras día, mes tras mes, año tras año y siglo
tras siglo, en una rueda que gira y gira sin parar, sin detenerse, sin esperar
a ver si te subes, te bajas o permaneces, si te lanzas o te quedas observando, si vas o te quedas, si vives o mueres...
En estos años he conocido, he tenido la suerte, el
privilegio, el honor, la dicha de ver, sentir, navegar, cruzar, observar, rezar
y orar en y por ríos que dejaron una huella imborrable en mi alma. Ríos del
mundo, ríos de vida, ríos de Asia....
Bagmati, Kali Gandaki, Marshyangdi, Ganges, Yamuna, Chao Praya, Ping,
Pai, Irrawaddy, Salween, Yuam, Moei, Mae Sai, Mekong son algunos de estos ríos asiáticos
que me han hecho ver que hay algo en ellos que va más allá del agua y de la
corriente.
Porque los ríos de Asia tienen vida y también tienen alma…
Un repaso de algunos de ellos, otros los dejo para
posteriores entregas.
Ganges
Todo lo que pueda decirse del Ganges se queda corto en
palabras. Se ha de vivir el Ganges, Ganga en su idioma originario (hindi). Y
ningún otro lugar para hacerlo como el más sagrado, el más venerado, el más
anhelado por los hindúes para purificarse, para hacerse uno con la Diosa
sagrada, para asistir a una misa en su orilla y para finalmente reposar por los
siglos en sus contaminadas aguas. Sin duda ese lugar es Varanasi (Benarés), en donde
uno casi puede vivir toda la India, y tratar de entender como el misticismo y
lo sagrado están tan presentes en esta tierra a cada paso, en cada esquina, en cada milímetro
cuadrado de espacio del que puedas disponer. Esa experiencia cuasi-religiosa de
ver las cremaciones, los olores, los edificios derruidos, la miseria, las
hordas de gente, la suciedad es algo que queda marcado a fuego en tu memoria
para siempre. Como el agua del Ganges.
Bagmati
El Bagmati es el río que fluye por Katmandú, capital de
Nepal. Una versión en miniatura a todos los niveles de lo que es su hermano
mayor el Ganga. No obstante merece la pena visitar el templo Pashupatinath a
las afueras de la ciudad y sentarse discretamente al otro lado de la orilla a
observar las cremaciones, los lamentos de las familias, los rituales de
embalsamar el cuerpo en ropas y flores, otra vez los olores y todos los sadhus sentados
por los alrededores mirando atentamente todo el proceso, si acaso pensando en
cuando les tocará a ellos ser los actores principales de la película…
Yamuna
El rio más triste y a la vez uno de los más bellos. Bello
por tener el honor de reflejar en sus aguas una de las mayores maravillas del
mundo. Triste por ser testigo de la historia más amarga que el mundo recuerde.
La historia del Taj Majal, de esa hermosura construida, levantada por el ser
humano a sus orillas es la historia del emperador Sha Jahan, quien lo construyó
en honor a su esposa Mumtaz Mahal. Hacia el final de su vida, el emperador cayó
preso de sus hijos, los cuales luchaban por el poder de su legado. Estos
encerraron al enfermo y anciano emperador en el fuerte de Agra, desde donde
contemplaba melancólico por la ventana de barrotes su gran obra, el Taj Majal reflejado en las aguas del Yamuna. Cuando
murió se le permitió reunirse con su mujer en el mausoleo común, el cual se
hizo famoso por ser el único lugar de la gran obra en donde se rompe la
simetría al introducir una nueva tumba a su lado para el descanso eterno de
ambos.
Irrawaddy
El Irrawaddy es el gran rio de Myanmar (Birmania), la cual
cruza de punta a punta desde el Norte al Sur. Pasa por ciudades de cuento como
Mandalay o Myitkina antes de ir a morir al Mar del Andamán sobre 9 diferentes
deltas. La visión del río desde la colina de Sagaing es una de las imágenes que
se me quedó grabada en nuestro viaje al Sudeste Asiático en 2011. Es
navegable en su mayor parte y el viaje en barco desde Mandalay a Bagan es también otro de los
hitos de aquel viaje. Un río que hace de unión y comunicación entre pueblos, un río que trae y lleva gente, que transporta mercancías, que fluye y es testigo mudo de los lugares por los que transita. Un río con tanta historia como la propia humanidad.
Salween
El Salween (Salawin en Thai o Thalaween en Birmano) es un gran rio del Sudeste Asiático, quizá no tan conocido como otros, por ejemplo su hermano Mekong con el que discurre paralelo durante muchos kilometros, pero igual de fascinante o incluso diría que hasta más. Precisamente su desconocimiento por parte del turismo occidental, el aislamiento o lo dificil que es llegar hasta los puntos donde puede contemplarse, es lo que le da ese aira misterioso y místico.
Esto es lo que pude comprobar en el único lugar en el que hasta la fecha he podido disfrutarlo. En Mae Sam Leap, una pequeña villa tailandesa en la frontera con Birmania y en la que precisamente el Salween hace de frontera natural entre los dos países. Un lugar de otro mundo y donde el tiempo parece haberse detenido. Un lugar en el que quedarse hipnotizado durante horas observando la corriente bajar sin prisa pero sin pausa, a un fuerte ritmo, transportando agua e historias consigo, leyendas, pueblos y culturas en su caminar de más de dos mil kilómetros desde el Himalaya hasta el Mar del Andamán en el Océano Índico. El Salween, un río de otro mundo al otro lado del mundo
Kali Gandaki
En las montañas del Annapurna, en Nepal, el rio Kali Gandaki
es famoso por dar nombre al cañón y valle más profundo de la Tierra. Naciendo
en el mítico reino de Mustang, casi en la frontera con el Tíbet, el Kali (la
diosa en idioma sánscrito) se desparrama por el valle entre colosos de 8.000m.
Desde el punto más bajo del valle, en Tatopani, a 1.100m hasta las cumbres más
altas del Dhaulagiri (8.167m), los más de 7.000m de desnivel hacen de este
cañon el más profundo del mundo. Justo en frente de éste, a menos de 30km de
distancia en línea recta, el Annapurna I (8.091m) cierra el valle provocando un
encajonamiento a una escala inimaginable para el ser humano. Grandeza,
libertad, belleza, vasta Naturaleza salvaje e indomable que nos recuerda una
vez más lo pequeño de nuestra existencia y lo impotentes que podemos llegar a
sentirnos delante de toda esta majestuosidad.
Salween
El Salween (Salawin en Thai o Thalaween en Birmano) es un gran rio del Sudeste Asiático, quizá no tan conocido como otros, por ejemplo su hermano Mekong con el que discurre paralelo durante muchos kilometros, pero igual de fascinante o incluso diría que hasta más. Precisamente su desconocimiento por parte del turismo occidental, el aislamiento o lo dificil que es llegar hasta los puntos donde puede contemplarse, es lo que le da ese aira misterioso y místico.
Esto es lo que pude comprobar en el único lugar en el que hasta la fecha he podido disfrutarlo. En Mae Sam Leap, una pequeña villa tailandesa en la frontera con Birmania y en la que precisamente el Salween hace de frontera natural entre los dos países. Un lugar de otro mundo y donde el tiempo parece haberse detenido. Un lugar en el que quedarse hipnotizado durante horas observando la corriente bajar sin prisa pero sin pausa, a un fuerte ritmo, transportando agua e historias consigo, leyendas, pueblos y culturas en su caminar de más de dos mil kilómetros desde el Himalaya hasta el Mar del Andamán en el Océano Índico. El Salween, un río de otro mundo al otro lado del mundo
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