28 diciembre 2011

Retorno al Pirineo

16 meses, 480 días, miles de horas, cientos de miles de minutos, millones de segundos. Es el tiempo transcurrido desde la última vez que fui a Pirineos. Agosto de 2010, concretamente el día 25, un histórico día para mí. Si si, histórico, aunque parezca muy novelesco, ya que ese día subimos el Vignemale, un monte que llevaba persiguiendo en mi ansiedad montañera desde hacía muchos años. Vignemale, mítica montaña de los primeros exploradores, donde es inevitable no acordarse de nombres como el conde Henry Russell. Vignemale, con  el imponente Ossoue, el glaciar más grande de toda la cordillera. Vignemale, con sus 3298 metros de altura, el pico más alto del Pirineo francés. Y tantas cosas más…

Poco me imaginaba en ese momento que habrían de pasar más de 16 meses para volver al Pirineo. Aquel septiembre empaquetábamos los bártulos, cerramos el chiringuito y nos dirigíamos a una aventura asiática que inicialmente iba a durar tres semanas y al final terminó convirtiéndose en un año…Después, la vuelta a BCN, alguna escapada al Norte, el retorno al Montseny y entre unas cosas y otras, el Pirineo siempre quedaba aplazado. Por fin ayer, después de todo este tiempo, volví. Y reencontré todo aquello que allí dejé. Fue en Ulldeter y Bastiments, como podía haber sido en cualquier otro lugar. Allí estaba, mi Pirineo, con sus primeras nieves, con su inconfundible olor a pino, con un Sol que cuando es radiante hace que no haya mejor Sol en toda la galaxia habida y por haber, explorada y por explorar. Y recordaba, a medida que iba subiendo con emoción y alguna lágrima, todos los días disfrutados en él, los lugares, mis lugares, que volvían a mi memoria, ¡tanto tiempo después! Cada lugar, único y especial, aparecía con fuerza en mi mente, como la cercana Val de Nuria, con el Puigmal y las travesías circulares a su alrededor;  o las altas montañas de Benasque, con el Posets y el Aneto como palabras y retos mayores. También el Canigó y la Catalunya francesa, el Conflent, la Val de Aran y el aranés, que siempre he pensado en él como un idioma que hubiera sido sacado del Señor de los Anillos... Los cucos, especialísimos y no tan conocidos valles de Echo y Ansó, con Zuriza y la Selva de Oza, los ibones de Acherito y Estanés, la senda de la Osa Camile, también Panticosa, el valle de Bujaruelo, llamado Bochauro al otro lado (¡Ay!, estos franceses…) ¡Y cómo olvidar a Ordesa y Gavarnie! Ordesa, ¡mi Ordesa!, con Góriz, Soaso, La Brecha, El Taillón o el Monte Perdido, tantas veces soñado y al fin conquistado… Cauterets y el Pont d´Espagne, Irati y el Ori, la Mesa de los Tres Reyes, el Petrechema, Aguas Tuertas...  Así podría seguir y seguir, tantos y tantos, bellos y hermosos, míticos lugares… Pensé por un momento en como en todo un año fuera me había encontrado con muchos españoles que me decían que echaban de menos ciertas cosas de la tierra: la familia, los amigos, pasear por su ciudad, la tortilla de patatas, el queso Idiazábal (o el de Burgos, o el de Cabrales, o…), el jamón de Jabugo, un buen Rioja (o Priorat, o Ribera, o...).  Y yo pensaba que realmente no echaba de menos esas cosas, al menos no sólo esas. Ayer (y no sólo ayer) me di cuenta que lo que echaba de menos no era otra cosa que mis Pirineos, con sus árboles, la nieve, los picos, las crestas, los collados, el GR-11, un Sol radiante, el olor a pino, el silencio o el simple hecho de oír mi respiración en la letanía de mi subida, mezclada con el ruido de mis crampones al crujir y partir la nieve por la que iba pisando. Y pensé, que si algún día, como parece que pueda ser, nuestros destinos nos lleven fuera de este nuestro pobre país para buscar un Sol que caliente un poco más que el que tenemos por aquí, echaré siempre de menos a mis Pirineos. No habrán Picos de Europa ni Himalayas, ni Alpes, ni Andes, ni Rocosas o Dolomitas que puedan compensarlo. Porque el Pirineo, el mío, es donde yo he nacido y me he criado montañero y allí es donde guardo mis recuerdos, mis éxitos, mis fracasos, mis escapadas, mis dudas, mis lamentos, mis suspiros, mis refugios, no sólo físicos, en definitiva, mis referencias.

Ayer fue por tanto día de reencuentros, de viejos conocidos y amigos, de historias ya contadas y de otras nuevas por contar. De abrazar a ese compañero de viaje que siempre estuvo ahí y que continua estando, al que nunca dejaré de recorda ni de sentir, esté lo lejos que esté, vaya por donde vaya por el mundo...


Vuelta a ponerme los crampones
Subiendo...

¿A dónde me llevarán estos pies?

¡Grandeza...!
¡Qué frío!

¡Y qué blanco todo!
No, no es al filo de lo imposible, pero casi...
Con mi gorro de Evo Morales

Bastiments al fondo

¡Qué buena bajada!

¡Vaaaamossss!

El próximo día me traigo los skis

Gra de Fajol, la inmensidad detrás...
Montserrat en la lejanía...

 Y Canigó...
Om Mani Padme Hum en el Pirineo

Texto: ©Iñaki Barettini
Fotos: ©Iñaki Barettini (inakibarettini@hotmail.com) y ©Elena Castillo (elenafcp@hotmail.com)

2 comentarios:

  1. Ja tens raó, ja: roda el món i torna ... als Pirineus! Per gairebé totes les raons que exposes. I, sobretot, el GR-11, perquè també el vaig fer, en la majoria de trams, amb els meus fills, com ho havia fet amb el meu pare. Perquè van, vam, crèixer tots plegats allí. No són els cims més espectaculars, ni els més alts, ni els més ... però t'hi pots perdre de gust, a mida humana :) Bon 2012!

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  2. Ay, mi GR-11 pendiente desde hace tanto tiempo... Ojalá en este año 2012 sea que sí.Veremos...

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