08 diciembre 2011

Un día en la ciudad


Vivo en un pueblito a 50 Km de la ciudad. Casi nunca voy porque ya bastante me costó salir de ella, así que ahora rara vez suelo pisar la City. Pero hoy ha sido uno de esos pocos días en que he tenido que desplazarme allí. ¿El motivo? Soy lo que llaman los expertos un “parado de larga duración”, algo así como una improductiva lacra social. Me han denegado una subvención (parece que así le llaman ahora a los subsidios, esto es, el puto paro de toda la vida) y he tenido que ir a llevar un papeleo para reclamar contra la injusticia de tamaña decisión.

Para ello, me he visto obligado a realizar un escrito, un recurso en alzada lo llaman. Aunque yo soy bastante pacífico y alzar, lo que se dice alzar, no es que alce mucho, con mi metro ochenta pelado, más bien lo normal, diría, yo que iba para estrella de baloncesto y al final me quede estrellado jugando con niños en canchas de minibasket. Bueno, el caso es que dicho recurso he tenido que interponérselo al mismísimo señor Ministro de Trabajo e Inmigración. ¡El Sr. Ministro ni más ni menos! ¡Quién me iba a decir a mí que al final acabaría codeándome con las grandes autoridades del país! Así que me pasé toda la mañana de ayer preparando el escrito de marras.

Uno de los momentos más difíciles del mismo fue decidir precisamente cómo comenzar mi misiva. ¿Cómo debería dirigirme a Él? ¿Su Señoría? ¿Su Excelentísima? ¿Su Ilustrísima? ¿O quizá su Ilustrísima y Excelentísima Señoría? Como no me va mucho el rollo ese del peloteo, que uno de joven fue marxista y leninista (aunque sin saber muy bien que era eso) pues claro, al final la cosa se quedó en un simple, discreto y austero “A la Att. Del Sr. Ministro”. Y es que el que  tuvo retuvo y no me voy a andar ahora a mi edad con florituras, que una cosa es pedir dinero y otra rebajarse y perder la dignidad de esa manera. ¡Faltaría más! Espero que no se moleste el hombre y ahora que me imagino que se va a quedar sin trabajo por eso del cambio de gobierno, no la tome conmigo y me deniegue la ayuda por soso y desconsiderado. Ya me lo imagino leyendo mi carta desconsolado cuando vea lo de “a la atención de” como si de una simple secretaria se tratase. ¡Ay, quien me ha visto y quién me ve ahora, a ver como se lo explico esto a mi mujer! Si hasta me está dando pena el hombre y todo cuando lo pienso…

En fin, que me desvío. En estas andaba yo esta mañana cuando me dirigía al tren. Este estatus de parado me confiere algunas ventajas como son las de no tener mucho que hacer, levantarme cuando me apetece y desayunar tranquilamente, que si no cojo un tren ya pasará el siguiente y así sucesivamente. Sin prisas llegué a la estación y comprobé sorprendido por una vez la puntualidad en la llegada del mismo. Busqué un buen rato donde sentarme, ya que cuando suele haber muchos sitios libres me cuesta decidir donde quedarme, cosas de la libertad mal llevada, ¡qué le vamos a hacer! Uno ha nacido pobre y las malas costumbres cuestan de quitar. Durante un buen rato fui alternando mi lectura del “Libro Tibetano de la Vida y la Muerte”, un tostón ladrillero para el más común de los mortales, pero que a mí me gusta por aquello del fustigarse duro, con la contemplación del paisaje por la ventana de un día bonito y radiante. A medida que íbamos acercándonos a la ciudad el tren iba llenándose de gente, siendo inevitable en ese momento guardar del libro para mejor ocasión y dedicarse a la segunda profesión más antigua del mundo (la primera ya sabemos cuál es). Como suele decirse en castellano viejo, ni más ni menos que “Poner la oreja…”
Pues yo creo que es mejor comprarse un coche nuevo, que total por 15 o 20 mil euros te puedes sacar un buen pepino¿ eh?Ah, pues yo creo que no. Te compras uno de segunda mano, que hay mucha oferta ahora con la crisis y si no te dura mucho tiempo, te compras otro y ya está”. 

Esta era la discusión que mantenía un grupito de adolescentes universitarios ya camino de la ciudad. Durante un buen rato estuvieron hablando de marcas, prestaciones, bólidos y pepinos, caballos, carracas varias, miles de euros, ventajas, desventajas, inconvenientes, cosas que eran de sentido común, cosas que no lo eran tanto. Al final, todo terminó en tablas, porque resultó que ninguno de los dos tenía aún carnet de conducir todavía, ni ganas de sacárselo próximamente.
Oye si al final es mejor el tren, porque a ver, el carnet es carísimo, te sale unos 1.200 o 1.500 euros y claro, para lo que yo uso el coche… fue lo que le oí soltar a nuestro firme defensor de la idea de comprar coches nuevos por unos 15 o 20 mil del ala. ¡Ole!, me dije, así me gusta, ¡tan jóvenes y ya con tantas aptitudes para trabajar de políticos!

El tren estaba llegando a mi parada y de repente oigo la dulce vocecilla femenina que anuncia: “Próxima estació: Barcelona Arc de Triomf “ ¡Dios! Ya me he equivocado. Yo voy a Paseo de Gracia que es donde se puede salir libremente sin picar el billete, ya que no llevo. Recordemos mi estatus, voy a pedir una ayuda al Sr. Ministro, pero claro, ya me podían adelantar para gastos y gestiones varias, que luego ya liquidaríamos cuentas. El caso es que como no tengo billete y no sé si en Arco de Triunfo me van a pillar, me pongo nervioso. ¿Qué hago? ¿Qué me invento? ‘¿Acaso me llevaran detenido? Ya me los imagino, a los seguratas con esos pedazo de perros con bozal y gritándome: Eh tú, encima de parado, ¡estafador! ¡Pues te vas a enterar! Te vamos a condenar a 5 años de trabajos para la comunidad. Vas a ser, chan channnn, ¡Revisor de Tren! Noo, noooooo. Me empiezan a salir sudores fríos cuando otra voz, esta debe ser la del conductor viene al rescate y dice: “Error error, próxima parada Passeig de Gracia, próxima parada Passeig de Gracia”. Uff, ya no caeré en las inapelables garras de la justicia…

Salgo de la estación y comienzo a bajar Paseo de Gracia dirección Plaza Catalunya. Podría haber cogido el metro y luego hacer transbordo en Catalunya, pero me apetece más ir caminando y ver la ciudad, que total, para un día que vengo… Mientras camino observo qué poco ha cambiado en este último año y medio, siendo más o menos las imágenes típicas de un día por la mañana en el centro, las mismas de siempre: japoneses haciendo fotos en la Casa Batlló, algún raterillo pidiendo para el tren, coches que van como locos para que no les pille el semáforo en rojo en esta esquina sino en la siguiente a 50 metros, gente alocada corriendo con la cara desencajada. Se ve que tienen mucha prisa por llegar a alguna parte donde alguien o algo que hacer les espera. De camino entro en un Pans and Company, pero no a comer un bocadillo, sino para mear. No hay nada como estos sitios para utilizar los lavabos, ya que los pobres y atareados camareros apenas tienen tiempo de mirarte, todo lo contrario que ocurre con los perros de presa de otros bares/restaurantes donde pone aquello tan típico de “WC solo para clientes/WC only for customers” y que te miran con cara de pocos amigos como si fueras un Okupa o el Cobrador del Frac. Salgo y veo un cajero 4B. ¡Bien!, me digo, tengo que sacar dinero y aquí no me cobran comisión. Pero un ejecutivo trajeado apostado justo en el rellano del mismo, me echa para atrás ya que está hablando agresivamente por el móvil y no para de fumar. 
Sigo bajando, ya habrá otros. Al siguiente que encuentro me distraigo viendo un grupo de italianos “Tuttiiiii beeeneee” y se me pasa de largo. Al lado, una tienda de Adidas tiene un cartel enorme con David Villa celebrando un gol con la Roja. ¡Siempre que veo a este chaval me acuerdo de mi amigo Víctor Castilla, joder como se parecen! Justo al lado de la foto, un cartel enorme dice: “El pasado no cuenta. Todo vuelve a empezar. Nueva camiseta Euro 2012”, o algo así, y detrás unos cuantos jugadores de la selección española abrazados. El tío de marketing ha hecho un gran trabajo con este cartel; con una sola frase ha resumido perfectamente a nuestra sociedad de hoy. Casi sin darme cuenta, dos extranjeros se me abalanzan a bordo de su bicicleta del “bicing” y en el último momento he de esquivarlos. Joder pienso, ¡pero si ya no estoy en la India! ¿Estos chicos no eran tan civilizados en sus países? ¿Qué carajo les pasa cuando vienen aquí?  Llego a la entrada de la estación de Catalunya, bajo las escaleras y justo antes de entrar veo a otro grupito de jóvenes de unos ventipocos años y bien vestidos charlando y fumando. ¡Ah claro!, ahora ya no se puede fumar en ninguna parte más que en la calle. No, si esto al final va a fomentar las relaciones sociales, pero si es así, ¡pues bienvenidas que sean las prohibiciones oiga! Ya me encuentro dentro de la estación y voy observando tranquilamente todo el panorama. Los carteles, las maquinas canceladoras donde cada uno ordenadamente va pasando su ticket. Todo bien indicado y señalizado. Me sorprendo con el orden y la pulcritud. También con la calma. Bueno, aunque esto sólo puedo apreciarlo porque son casi las 12 del mediodía, claro, habría que ver como se pone esto a las 8 de la mañana o a las 6 de la tarde. Pero bueno, a mí eso ahora me importa bien poco. El caso es que como voy desconectado del ritmo general, tengo tiempo para leer algunos de los carteles publicitarios de esos grandes que hay colgados en las paredes. Y veo uno, mejor dicho dos, que me sorprenden bastante. El primero dice: “Lo normal para su edad es haber tenido relaciones sexuales bajo los efectos del alcohol”. ¡Toma ya! Mientras la foto muestra a una guapa jovencita de unos 13-15 años con cara de entre inocente y de decir “ay perdón, si es que yo no quería, pero me emborracharon y claro…” Debajo de la frase principal, esta otra: “La edad de inicio en el consumo de alcohol es a los 13 años. Esto, no debería ser normal. Hablar con ellos hoy, evitará un mal trago mañana”. Pasemos al siguiente: “Lo normal para su edad es verse metido en una pelea y vomitar en una esquina antes de volver a casa”. Aquí en la foto vemos a un saludable chaval de mas-menos la misma edad, muy sonriente y con cara de no haber roto un plato en su vida. Todo esto lo firma el “Ministerio de Sanidad, Política Social e Igualdad”. O sea, que resumiendo, los niños a meterse en peleas que es lo suyo y las niñas, como siempre unas putas ya desde tan jóvenes. Menos mal que tenemos un gobierno progre y que yo a donde voy a interponer mi recurso es al Ministerio de Trabajo y no al de Igualdad…

Justo antes de llegar al INEM pasó por la Estacio del Nord. Observo, al igual que hace unos días, la comisaría de policía. Y cuento. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, seis y siete. ¡Siete coches de policía aparcados ahí tranquilamente! En una sola comisaría tienen esa cantidad de coches y encima los tienen ahí parados, muertos de la risa. No sé qué pensar, si esto es bueno o es malo. Por un lado parece que nuestra sociedad va a mejor ya que la policía no tiene trabajo (bueno, hoy en día nadie tiene trabajo). Por otro, es posible (bueno, no, ¡seguro!) que hay gente que no sabe planificar bien los servicios y el dinero se derrocha a mansalva. Gasta, gasta, se deben decir, que total, como no es nuestro….

Llego al INEM. No es muy tarde, un poco más de las 12. Pensarán, ¿Qué hace este aquí a las 12? ¿No debería estar trabajando el muy vago? “Ay, no, calla, que es que trabajo en el INEM, aquí viene gente que no trabaja…” Entrego el escrito a la secretaria de turno la cual apenas mira los papeles y me dice “Esto va a tardar lo menos un mes y medio”. “¿Solo?. Bueno, mes y medio tampoco me parece tanto teniendo en cuenta que ha de viajar hasta Madrid (supongo que no ira en AVE), llegar al Ministerio y esperar a que cuadre la agenda del Sr. Ministro para que pueda echar un vistazo a mi carta. Así que me voy satisfecho, ya he cumplido mi objetivo del día. Ahora ya me puedo dedicar a otro de los placeres de mi pequeño mundo: observar la vida pasar.

Me siento tranquilamente en un banco para poder ordenar bien mis documentos. Hace un día precioso, ya era hora, después de varios días lloviendo sin parar. Sigo escribiendo, hoy me encuentro inspirado y decido que como todavía queda un rato para la hora de comer, puedo subir hacia el centro caminando. Saco el móvil para hacer unas llamadas. Mi amigo Manel no contesta y en el consultorio no me cogen el teléfono. Últimamente me duele una muela del juicio, la última que me queda y tengo que pedir hora para que un carnicero de la Seguridad Social me la extraiga. Esta vez no puedo ir a mi exquisito dentista de siempre a que me cobre 200 euracos por una “extració complexa” como la última vez. Pero nada, se ve que hoy no estoy de suerte y nadie atiende a mis llamadas. 

Paso por la comisaria de nuevo. Uno, dos, tres, cuatro, cinco, ¡seis! ¡Falta uno! Al final, hasta los malhechores se ponen a trabajar. No madrugan mucho, pero a ver, para algo me hice malhechor, que dirán. Alguna ventaja tenía que tener, vamos digo yo. Que yo también pago mis impuestos. Contribuyo a la sociedad, es más, la retroalimento. Con mis aportaciones hay dinero para que esos polis tengan todos esos coches para que puedan ponerse a trabajar, para que tú recibas tu subsidio, así que menos quejarse. Tocado y hundido, ante estos argumentos poco tengo que hacer, así que me callo, que no quiero líos. Al menos, hoy no.

Sigo caminando en dirección Arco de Triunfo. Observo pasar a guapas jovencitas, muy maquilladas y con muchas cosas encima. Parece que cuantos más bolsos, carpetas o libros lleven encima y más rápido caminen, más importantes se sienten.

Me paro cada 5 minutos a escribir. No puedo parar. ¿Tendré algún problema de escritura compulsiva? Esta parte de la ciudad es todo un crisol de culturas y nacionalidades (esto es para que se vea que también puedo ser cursi escribiendo…). Veo a un grupo de latinos adolescentes que se abrazan y achuchan sin rubor alguno, más italianos “mamma miaaa”, también algún  argentino perdido hablando por el móvil “pero entendéme, entenedéme cheee, que no me entendésss…”. A la vez que observo estas escenas de la vida diaria, caminando veo a un tipo que se refleja en cristal de un anuncio publicitario de estos que suele haber en las esquinas. Chaqueta y gafas negras. Zapatillas de deporte blancas. ¡Vaya macarra! A medida que me acerco, observo mejor. ¡Joder, pero si soy yo! No queda duda; he de revisar mi vestuario.

Veo chinos. Chinos por todas partes; un súper chino, un bazar, restaurantes, peluquerías, una tienda de móviles. ¡Dios! la invasión es ya toda una realidad.  Cruzo un paso de cebra y veo que el vehículo que venía se para. No me lo puedo creer, me quedo sorprendido de tanta amabilidad. Al girarme a mirar y dar las gracias con un gesto con la cabeza, y oh! ¡Chinos en una pequeña furgonetilla! O asiáticos, que tenemos la mala costumbre de a todos los asiáticos llamarlos chinos. Supongo que ellos a nosotros también nos confunden y lo mismo les da que seamos españoles, franceses o polacos. Para ellos todos somos “farang”, esto es, occidentales. Por momentos pienso si no estaré en Saigón, Hong Kong o en Bangkok. Pero no, sigo en Barcelona. Lo certifico al pasar por un bar donde en la terraza hay una pizarrita con un mensaje dibujado en tiza: “Hoy, 20:45 Milán-Barça”. “Pues sí, todo sigue igual, o al menos parecido”, pienso.

Sigo y llego una tienda de fotos. Ahora, con todo el rollo este del digital, ya nadie revela las fotos y se ve que el negocio es hacer “fotoalbumes”. Yo he hecho alguno, la verdad es que no quedan mal. Observo en el escaparate una muestra de uno, con una portada en la que se ve a una sonriente y guapa familia rodeada de florecillas. “Un día en el campo”, se titula. Vaya hombre, mira tú por donde, me han copiado la idea, pero al revés. Los del campo vamos a la ciudad a pasar el día arreglando papeles y los de la ciudad van al campo a ver si pueden olvidarse de esos mismos papeles.

Al subir por Paseo San Juan veo un cartelito en una papelera: “Cada Barceloni/na genera 1,4kg de residuos al día. Reduir-los está a les tevés mans”. Joder, 1,4 Kg, ¡pero serán guarros! Sigo subiendo y cada poco rato me paro a escribir. No tenía papel a mano hoy, ya se sabe que la inspiración siempre llega cuando menos se la espera y ya voy por la tercera hoja de la carpetita que me dieron para solicitar la dichosa ayuda del INEM que he ido a reclamar hoy. Así que acabo de ponerme a escribir justo ya al lado del membrete del Ministerio de Trabajo e Inmigración. Para que luego digan que uno no trabaja ni produce, ni recicla… ¡Que sabrán ellos…!

Me cuesta cruzar las calles sin que se me pongan los semáforos en rojo. Veo a esos rostros enfadados que me miran a través de los parabrisas de sus coches, con cara de recriminación “Pero bueno tío, ¿pasas o queeee? Si pareces un abuelooo, venga corre yaaa, vagooo, que tengo prisa!!”

Me quiero parar, uno ya no está para estos ritmos y necesito refrescarme un poco, descansar, tomar algo, poner mis ideas en orden y seguir escribiendo. Llevo toda la mañana dando vueltas, así que creo que me lo merezco. Paso por la esquina de Paseo San Juan y no sé qué calle, donde hay una parada de buses interurbanos, de esos que llevan a poblaciones cercanas a la ciudad. Veo un bar que puede ser una buena opción, con terracita y todo. Pero lo descarto de inmediato en cuanto veo el nombre. “Bar Cosmopolita”. Uff, me digo, venga, venga, que esto no es para mí. Porque a ver, uno que ha estudiado algo de marketing piensa: ¿Cosmopolita? ¿Tendré que entrar con barba de dos días, bufanda con colores fusilados de Burberry y americana de pana modelo Cortefiel? La verdad es que hoy vengo del campo y, sin ser Caperucita, con mi indumentaria mejor me vendría algún bar que se llamara algo así como “La tasca de Braulio” o “Bar El Montañés”. Pero como de esto no hay, paso de largo el Cosmopolita.

Veo otro garito: “Marcelona”. Hombre, que quieres que te diga. Cambiar la M por la B, tampoco es que te hayas comido mucho el tarro majo. Aunque claro, como el cartelito lo pone en vertical, queda más sugerente. Mar Cel Ona. Si fuera vasco, podría entender como que Marcelo es Ona (Ona es bueno en euskera) y si fuera catalán, como Mar y Cielo (Cel), pero lo de Ona no me acaba de cuadrar; O bien Marcel Ona. Buff, de tanto pensar ya me lo he pasado, así que agua. Otro sitio en el que no entro.

Mientras estoy parado y escribiendo de pie como un loco, veo como la gente me mira de reojillo. ¿Pero que miran? ¿Acaso les miro yo cuando van andando y escribiendo mensajitos del pulgar con el móvil? Pues nada, parece que eso es lo normal y no el escribir parado en una hoja de papel. Todo ha de hacerse en movimiento en la ciudad. Si estas parado, en los dos sentidos, laboral y de movimiento, estas muerto. Nada, debo ser un bulto sospechoso, un tipo vestido de negro, con gafas de sol y bambas blancas no debe inspirar mucha confianza parado en medio de la calle escribiendo. Vete a saber. Igual se piensan que soy algún inspector de hacienda camuflado, o un cobrador del frac que en tiempos de crisis no tiene ni para el traje ese de pingüino. No, si todavía va a aparecer la guardia urba y me va a llevar…

Sigo subiendo, Plaza Tetuán, Plaza Verdaguer y cruzo la Diagonal. Me meto por Provenza, voy hacia la izquierda, dirección Paseo de Gracia. Ahora es la Diagonal la que me cruza a mí. Venganza. También se me cruza por delante una rubia despampanante luciendo un modelo de esos que llevan ahora las mujeres en esta época del año. ¿Por qué todas parecen que van disfrazadas de sota de bastos?, me pregunto, con esas faldas recogidas a la altura de las caderas, mallas-medias oscuras y botines bajos a la altura de los tobillos? Me siento en un banco a escribir y ahora nadie me mira. Debo parecer un hombre de negocios revisando papeles, aunque bueno, por la pinta que llevo, más bien se diría que un currela, algún autónomo con un negociete pequeño para ir tirando, que un señor, lo que se dice señor, no calzaría jamás estas bambas blancas estilo “yonki años 80”

Me sale al paso el “Restaurante la Repanocha”. Vamos, aquí sí que fijo que no entro, que yo quería algo más bien sencillito, un café y poco más, las celebraciones las dejamos para una mejor ocasión, que hoy es un miércoles cualquiera y tampoco estamos para tirar cohetes.

Llego a Rambla Catalunya y entro en un Forn a comprar un bocata.  Per emportar digo, ahora que no me ve nadie, como Aznar, parlando Catalá para círculos reducidos. Prefiero comer en la calle y observar. Todo el mundo va y viene corriendo. Son las dos, la hora de comer. Y todos tratan de ocuparse al máximo con tareas para luego, poder quejarse de lo ocupados que están.

Un gorrioncillo viene a mí y le echo trocitos de pan. Ahora ya no me lo saco de encima ni a tiros. Lo tengo a mi lado y mira hacia arriba desconsolado. ¡Ay!, debe pensar, ojalá que lluevan miguitas, pero ni esto es Brasil ni yo soy Juan Luis Guerra, majo. Esto ya es el máximo, parado y dando de comer a los pájaros. Solo falta que me ingresen la pensión cada mes y prometo no hacer más ruido ni dar más la lata hasta el final de mis días.

Me muevo en la diatriba entre ir al médico o al cine. Me está doliendo la muela maldita y necesito que me “deriven” al dentista, pero por otro lado paso por el cine Alexandra y veo alguna película de esas que me producen curiosidad. Son esas típicas que no te suenan de nada, con títulos raros y de las que ves salir luego a 3 tíos de la sala comentando “Muy buena la fotografía”. Es muy posible que después del cine se vayan a tomar algo al “Cosmopolita”

Mientras veo a un camarero tratando de captar clientes en la calle. Bar “Café y Tapas” y el tipo, carta en ristre bajo el brazo izquierdo, trapo blanco colgando del derecho, se acerca sigilosamente a sus presas; grupos de personas de buen ver para intentar seducirlos con sus cantos de sirena. Paso yo y ni me mira. Otra vez las bambas, pienso de nuevo. Al lado del bareto una tienda de ropa, Morgan, con un letrero provocador, rompedor (o eso creerán): “El frio es chic”. ¿Comoooolll? Me lo explique. Me dan ganas de entrar y que me presenten al tío que lleva la campaña de publicidad. El frío es chic… ¡Qué fenómeno!

Posible Final Nº 1

He decidido no ir al médico. Total, la muela puede esperar. De vuelta hacia la estación de tren paso por detrás de un chaflán lleno de contenedores. Siempre me ha resultado difícil caminar por el Eixample, que vas yendo recto por la acera y de repente has de bajar un poquito para ir al paso de peatones, cruzar la calle y volver a subir un poco en diagonal para volver a quedarte a la misma altura . Total que por comodidad, vagancia o por ahorrar tiempo, salgo de detrás de los containers y un bus que circula por su carril me embiste y salgo volando por los aires. Sobrevivo milagrosamente, los doctores aún no se lo explican. Solo recuerdo haberme despertado en este hospital rodeado de tubos y de momento no puedo mover más que las manos y un poco los ojos para mirar a izquierda y derecha. Se ve que todos mis papeles salieron volando y un jubilado que iba en el bus y contempló toda la escena los cogió, se ve que por aquello de solidarizarse con los de su mismo grupo social. Los llevó a casa, los leyó y vio que allí había un escritor de fama en potencia, por eso me buscó como loco por todos los hospitales de Barcelona hasta que dio conmigo, me entregó los manuscritos y aquí llevo más de dos meses para poder completar el final. El señor, además me está ayudando a transcribir mis escritos, aunque como sólo puedo mover los ojos, tengo que ir haciendo 14 clases de guiños diferentes por ojo para traducir todo el abecedario. Los doctores ya me han dicho que corro el peligro de vista cansada y parece que han llamado a Arévalo para hacerme de intérprete. Teniendo en cuenta que puedo escribir cosa de 3-4 palabras por día, espero que mis lectores me perdonen por haberme demorado tanto en darle un final a este día en la ciudad, del cual ya apenas tengo algún recuerdo de cuando empezó.

Posible Final Nº 2

En realidad, desde ese día, nunca he vuelto al campo. Desde que llegué, he tenido tiempo para darme cuenta de que reniego de la ciudad porque en el fondo me gusta, siempre hay algo que me atrae, como una espiral que te engulle y de la que es muy difícil escapar. Así que cada día vago y divago sin rumbo fijo, a la espera de que alguna de esas mujeres que fijan en mi sus evocadoras miradas, me lleven directas a sus casas y me mantengan a cambio de otros favores. Al principio me parecían inconfesables fantasías de un loco sin remedio como yo, pero a la larga he de reconocer que es más fácil de lo que parece. Es una forma como otra de ganarse la vida y he de reconocer que me ahorro mucho dinero en alquiler y comida, además de que tampoco pago impuestos. Eso, sí, creo que deben ser las zapatillas blanco azuladas modelo Decathlon lo que me hace irresistible, ya que los días que cambio el calzado no tengo tanta suerte y he de volver a casa de vacío.

Posible Final Nº 3 (Algunos le dirían el Verdadero)

Pues no, resulta que sólo a veces la realidad supera a la ficción. Así que dándome cuenta de que hoy no es mi día y que el posible final número dos está lejos de materializarse, enfilo hacia la estación de tren. Antes, vuelvo al forn donde compré el bocadillo y finalmente caigo. Llevaba un buen rato rumiando si comprarme o no la palmera de chocolate que había visto para postre y a pesar de mis monumentales esfuerzos, no hay nada que pueda impedir lo inevitable. De hecho, estoy obligado a comérmela, no es por mí, no se vayan a pensar, es que si no, no podría escribir este final. Así que soy una persona, un escritor enfrentado al dilema de terminar su escrito como sea, a pesar de que para ello haya de poner en peligro lo que haga falta y caer en la tentación. Todo es por la causa, que uno se debe a su trabajo, al papel que ha de desempeñar en esta vida. Si no fuera por la palmera, como podría sentirme lo suficientemente culpable y poder diseñar un final tan perfecto para mi escrito, tan magníficamente ejecutado, comiendo una palmera por la calle, culpable y con remordimientos. No haciendo lo que debiera, ir al dentista, ver qué pasa con esa muela y ese dolor que va y viene, viene y va. Nada, nada, tapemos la caries con el mejor empaste de chocolate diseñado en el mundo, caminemos apesadumbrados por las calles de la ciudad camino del tren, mimetizándonos con el entorno. No se puede venir a la ciudad y cometer ninguna fechoría, no puede uno pasearse por aquí tan feliz y tan campante sin sentir que ha de hacer algo malo. Ey oiga, usted, si si usted, el de las zapatillas de deporte blancas. Si, si, ¿a dónde se cree que va Ud. tan contento?¿ No ve que da mal ejemplo? ¡Qué incívico! ¡Un contento caminando por las calles!. Ande ande, váyase a casa, a ese pueblo de dios donde dice que vive y no salga de allí. No vaya a ser que lo suyo sea contagioso. Márchese márchese que si no le voy a tener que llevar al cuartelillo. 

Pues nada nada, que sí, que ya me marcho, que yo con las autoridades no quiero problemas, me digo a mi mismo mientras bajo por las escalerillas del tren en Paseo de Gracia y me despido avergonzado de la patrulla de mossos de escuadra que me han acompañado hasta allí. 

Menos mal que aun guardo un poco de palmerita, escondida entre el típico papel de envoltorio marrón de panadería, para que nadie me vea, para que sólo me de vergüenza a mí mismo al comérmela a escondidas. Pero al menos, ya tengo para amenizar el camino de vuelta.

Texto: ©Iñaki Barettini

4 comentarios:

  1. Querido amigo. Ya he renunciado a acompañarte en tu próximo viaje al Nepal, Tailandia, India o donde quiera el destino llevarte, pero...la próxima vez que vayas a la City, ruego lo hagas coincidir en lunes y te acompaño. En compensación por llevar tan pesado equipaje, prometo regalarte una libreta nueva, llena de hojas, por si las musas vuelven no hayas de recurrir al impreso del Sr. Ministro.

    P.D. Te agradeceré lleves tus bambas blancas.

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  2. Amigo Manel, ¿como que no vienes conmigo a Nepal? ¿Y los escalones que te estan esperando?

    Prometo llevarte todas las noches delante de un braserito calentito con una mantita a contarte historias de cuando me destinaron a Birmania, en mis años mozos

    Hecho lo de la libreta, aunque no veas como me inspiran a mi los membretes oficiales con el escudo de la nación. Es que a mi me pone el heavy metal...

    Lo de las bambas blancas no hay problema, me cogere ademas la camisa del Mercadona y asi ya vamos de gala total, a romper!

    Un abrazo!

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  3. Noi, tu ves fent, però no deixis d'escriure. Has estat com una palmera de xocolata en horari laboral ;)

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  4. Gracias Clidice!, solo espero poder seguir haciendolo si la inspiración viene a mi. Ten cuidado si cada vez que me lees te comes una palmera...jaja

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