05 noviembre 2014

El Palacio de Cristal Birmano

Recientemente me ha venido a la memoria el recuerdo de un país que he visitado dos veces. Una en persona durante algo más de 3 semanas, allá por 2011. Birmania, ahora llamada Myanmar, es un país del subcontinente indio, antigua colonia británica, un país rico en cultura y contrastes, con ciudades antiguas, palacios, montañas, llanuras, un cielo siempre azul y con  cientos de etnias desperdigadas por todo su territorio. ¿Cómo puedes conocer un país en 21 días? Ni en 21 vidas diría. Pero aun así, el sabor que nos dejó este país fue extraordinario. Paisajes de cuento, ríos de leyenda, gente amable y esa inocencia de quien acaba de abrirse al mundo y aun te recibe con los brazos abiertos, sonriente, risueño, sencillo.

Dos años después en 2013, viviendo en Tailandia, a pesar de estar al lado, nunca viajé a Birmania. Tailandia es su país vecino por el Este y en la zona norte y noreste comparten frontera en muchos cientos, casi miles de kilómetros. Pero nunca fui. Bueno si, fui, a renovar pasaportes, visados y papeleos, pero eran formalidades que debían ser cumplimentadas en el mismo día, burocracia. Cada vez que cruzaba la frontera thai-birmana me entraban unas ganas locas de salir corriendo y no volver atrás. Recordaba aquellos 21 días de hacía dos años, veía la sonrisa risueña hasta del militar que me atendía en la garita de la frontera y me decía: Me escapo! Pero no lo hice.

Así que para compensar mi cercanía pero mi falta de tiempo, ganas o valentía para embarcarme en un viaje solitario por un país fascinante pero un poco incómodo para el extranjero, me dispuse a viajar de otra forma. Con la literatura.

Fue de casualidad. Un día de tantos en Chiang Mai me encontraba en una de esas librerías frecuentadas por extranjeros, con libros de segunda mano a precio de saldo y regateos miles de te-cambio-este-libro-chusco-por-este-otro-y-me-rebajas-algo-de-un-precio-ya-casi-irrebajable. Fue en una de estas cuando lo vi. Se cruzaron nuestras miradas tímidas, entornando y bajando un poco los ojos, con esa vergüenza de primerizos que se saben cazados mutuamente in fraganti y comenzó el proceso de flirteo. Ahora me voy a otra zona y miro otros, ahora que vuelvo y te miro de reojo pero no te hago mucho caso, ahora que me marcho otra vez a la sección revistas y me hago el loco, ahora que vuelvo otra vez como quien no quiere la cosa, pero ya más decidido... Cosa de los flechazos... Me acerco poco a poco, disimulando, tembloroso, pongo los dedos por encima de tu superficie, atrevida, casi lascivamente. Te cojo con mis manos torpes, con cuidado de que nadie más te mire y comienza el jugueteo. Quién eres, qué cuentas, de quién hablas, cómo vistes, cómo hueles, cuánto llevas por aquí, no te había visto nunca antes… Si, si, ese es el proceso de tonteo universal para elegir un libro, como si de un baile de feria de pueblo se tratara, cumplí al detalle todos y cada uno de los pasos de rigor en este proceso de pedida de mano. 

El libro en cuestión era el Palacio de Cristal (The Glass Palace, of course que aquí somos muy cultos) y caí definitivamente en sus garras por dos motivos fundamentales, poderosos, irresistibles, inexplicables a cualquier lector que se precie y con experiencia: un diseño de tapa maravillosa, vistosa, colorida, con relieves, con una foto del puente de Amarapura, ciudad antigua birmana que había visitado en ese viaje de hacía 2 años y un olor a nuevo penetrante al profanar y abrir tus páginas entre mis fosas nasales. Semejantes motivos no podían sino garantizar un éxito seguro, un romance eterno sin fin. Ese libro hablaría de historias fantásticas, de mil batallas, de pueblos perdidos, de familias separadas, encontradas y vueltas a separar, de desgracias, de locuras, de amores imposibles, de reyes buenos y malos, de gentes nobles y también de gentes perversas. Personajes, caracteres, lugares, vivencias de las que hoy ya nadie se acordaría, como cuando un lector del siglo XXIII repita el mismo proceso en una librería del futuro si es que aun existen y piense en nosotros como aquellos locos que viajaban en coche o comían pizza recalentada por las noches mientras leían unas cosas pesadas de papel antes de ir a dormir.

¿Pero qué os pensabais? ¿que había mirado algo más? ¿Qué en mi proceso de decisión de compra habría habido disquisiciones esotéricas o filosóficas? Bah, me tenéis demasiado considerado. Soy más simple, no tan dado a sentimentalismos baratos, tapa bonita y buen olor, un buen porte, buena carrocería y se acabó. Esas son mis claves, mis parámetros, todo lo demás, superfluo. En el fondo, sigo siendo un romántico, muy en el fondo... Así va el mundo…!

Y cuando ya me había decidido, cuando lo que contara el libro me daba igual porque había sucumbido al hechizo de su diseño y al embrujo de su olor penetrante, cuando ya me lo llevaba para casa, caí en la cuenta de que el Palacio de Cristal hablaba de la historia de Birmania. Oh si, Burma, Birmania, Myanmar! La historia del último Rey Birmano, Thibaw y su mujer la malvada reina Supayar, depuestos, derrotados en la invasión británica de Birmania en 1885 y huidos a su destierro en la India. El libro pasaba vertiginoso entre mundos de leyenda, desde la época colonial del Raj Británico, la independencia Birmana de 1938, el Golfo de Bengala, el mar Arábigo, los piratas, la costa de Goa, los colonos portugueses, los mercaderes indios…. ¡Qué tostón!, pensará alguno, en que líos te metes por solo fijarte en lo superficial, una tapa bonita y poco más… ¿Ves? Te la ligas y luego la tienes que aguantar al día siguiente y al otro y al otro, diría algún cabrón…


Pues no amigos, resultó que el libro me enganchó de tal forma que no pude dejar de leerlo. Cada mañana al despertarme no me importaban las arrugas que se le iban haciendo por el uso, con los años, todo madura y va a mejor, como el buen vino. A cada página pasada, cada capítulo avanzado, no hizo sino fascinarme más por la historia de este increíble país, de sus luchas internas, de su odio a los británicos y también hacia sus hermanos-vecinos indios que tantas jugarretas les han hecho a lo largo de la historia. Birmania siempre fue el hermano pobre del otro lado del golfo y puedes llegar a entenderlo cuando visitas uno y otro país, con caracteres tan diferentes, tan agresivos los unos, tan dóciles y complacientes los otros. Así fue como volví a viajar a Birmania dos años después, un viaje éste más pausado, de mayor duración, en la distancia, conociendo un poco de su historia. Así volví a rememorar lugares de cuento y leyenda como los palacios reales de Mandalay, lugar en el que se desarrolla parte de la historia, donde vivieron estos dos últimos reyes birmanos hace más de 150 años. Leer las descripciones de los palacios me hizo sumergirme en un lugar que yo ya había estado, pero ahora contemplado desde la historia, un viajar en el tiempo privilegiado para mí, porque, ¿cuantas veces tenemos la suerte de poder leer con posterioridad sobre algún lugar en el que ya hemos estado, en donde se han producido acontecimientos históricos hace cientos de años, por donde la historia en letras mayúsculas ha dejado escrita su huella y no al revés?


El Palacio de Cristal es pues uno de esos libros de referencia de todo aquel que le interese ese fascinante mundo que existe en el Subcontinente Indio. Su autor es un famoso escritor bengalí, Amitav Ghosh, con varios premios a lo largo de su carrera y que mayoritariamente ha escrito novelas ambientadas en esta región en la época histórica del colonialismo británico. Los bengalíes tienen fama de cultos, eruditos y pensadores. No en vano el único premio nobel de literatura indio fue bengalí (Tagore) y lo que es hoy la provincia india de Bengala fue siempre una zona geográfica y cultural mucho más amplia que incluía al actual Bangladesh y partes de la Birmania británica, antes de la independencia birmana en 1938 y la posterior partición de la India en 1947.

Vale y ¿Qué, a mí que me importa todo este rollo de la India, los birmanos, los británicos y sus cosillas? Pues para esos un poco escépticos también se pueden acercar a esta literatura. Ghosh es un magnífico escritor, con una prosa muy poética, ágil y que te engancha desde el principio. Y nunca está de más saber algo de países que no conoces, por muy lejanos que estén. Además, visto el panorama que tenemos aquí en casa, casi que es mejor perderse por los mares Índicos y los Golfos de Bengala. Al menos cambiaremos por un rato de golfos… ¿no?

Buena lectura!


El Libro lo leí en el Lago Toba, isla de Sumatra, Indonesia, en Agosto de 2013

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