Bienvenido al futuro. Esta es la sensación que
he tenido estos días caminando por Bilbao. Todos esos megaproyectos faraónicos
que nos vendieron los políticos hace 20 años, son hoy ya una realidad. Ya están
aquí. ¿Y ahora qué? Porque son una realidad, pero para los ricos, todo hay que
decirlo. Esas viviendas de lujo al lado del Guggenheim, la torre de Iberdrola,
el rectorado de la UPV, la biblioteca de la Universidad de Deusto, el palacio
Euskalduna, el hotel Domine 5*, el Sheraton, las torres de Isozaki… Hasta el
metro y los fosteritos parecen haberse
quedado ya anticuados al lado de estas nuevas insignias del poder dominante. Un
nuevo skyline para el botxo, porque a ver, aquí no hay New
York que se nos resista. Bien, muy bonito todo, que magnificas obras hechas con
el dinero público en muchos casos para que luego las disfruten unos pocos. En
fin, la gente contenta, es lo que tiene vivir anestesiado, que poco a poco te
acostumbran al veneno, y así, casi entra sin dolor y hasta con gusto.
El Bilbao de siempre |
Bueno, todo esto es nuevo. Las cosas cambian,
que dirían algunos. Una ciudad renovada, renacida de sus cenizas, de pasado
oscuro y hasta a veces tenebroso, de cielos plomizos, luchas callejeras y
fábricas humeantes. Una city ahora
convertida en paraíso turístico con hoteles y museos, centros de convenciones, avenidas
con viviendas de lujo, restaurantes chic,
locales de moda y gyms también de moda con nombres tan sugerentes como Metropolitan... Increíble. Is this Bilbao? Pues quizá, pero también
hay otras cosas que puede que no cambien tanto. Es lo que tiene irse de una
ciudad y volver al cabo de 15 años. Te
paras por sus calles, por los barrios de toda la vida y ves que allí, pocas
cosas han cambiado. "El cambio es lo único que permanece inalterado", dicen hoy
en día a los cuatros vientos esos que viven del marketing new age.
Bien, pásate por Bilbao majo, le diría yo al iluminado de turno. Las mismas tiendas, las mismas calles, panaderías, puestos de periódicos, las mismas farmacéuticas en la misma farmacia posiblemente desde hace 30 años, el mismo Sol que sale y al de 5 minutos se esconde, una granizada va, otro chaparrón que viene. Los mismos bares o quizá otros, pero ¿qué más da? Y dentro de ellos las mismas caras, las mismas conversaciones, las mismas miradas. Un paraguas negro colgando del bolsillo trasero del pantalón, el café con pincho de tortilla, el Correo y pan bajo el brazo, las cervezas de la tarde, los vinos de más tarde aún, una esquela de un (ex compañero ya) de fatigas pegada con cachos de celo en el cristal sin que nadie se inmute, una partida (o campeonato mejor) de mus, un aibalaostia joder y cómo no? no podía olvidarme del Athlétic!, sacrosanta institución...
Poco o nada cambia en la ciudad de dentro, la del día a día, en los barrios de toda la vida, esa ciudad que está lejos de los focos y de los reportajes de las revistas de vanguardia. Es lo bueno y malo a la vez. O es como es, ni bueno ni malo. Un día decides que ya está bien, que la quieres mucho pero te tienes que ir, necesitas salir, marchar, tomar distancia. Te alejas, la echas de menos, pasas el duelo, te acostumbras a no verla, a dejar atrás una parte de tu vida que sabes que no volverá. De vez en cuando vuelves, y es para darte cuenta de que ya no te pertenece. O de que ya no le perteneces. Pasó el tiempo, pasaron muchas cosas, te hiciste de otros lugares, viajaste, caminaste, cambiaste, volviste, te marchaste, volviste a venir y te volviste a marchar. La vida giró y giró, dio vueltas, alocadamente a veces, otras consumiéndose pesada y cansinamente sin que nada sucediera, o al menos, eso parecía… Pero el tiempo fue implacable. Simplemente él hizo su trabajo, mientras tu dormías, estudiabas, corrías o trabajabas, el seguía a lo suyo. Se consumía. Los ingleses, tan objetivos y puntillosos para llamar a cada cosa por su nombre, lo llaman spend. Esa es su idea de que el tiempo pase; se va gastando, a sí mismo, poco a poco, implacable, segundo a segundo, día a día, año a año, una vida detrás de la otra, a veces impasible, tedioso; otras vertiginoso, desbocado.
Bien, pásate por Bilbao majo, le diría yo al iluminado de turno. Las mismas tiendas, las mismas calles, panaderías, puestos de periódicos, las mismas farmacéuticas en la misma farmacia posiblemente desde hace 30 años, el mismo Sol que sale y al de 5 minutos se esconde, una granizada va, otro chaparrón que viene. Los mismos bares o quizá otros, pero ¿qué más da? Y dentro de ellos las mismas caras, las mismas conversaciones, las mismas miradas. Un paraguas negro colgando del bolsillo trasero del pantalón, el café con pincho de tortilla, el Correo y pan bajo el brazo, las cervezas de la tarde, los vinos de más tarde aún, una esquela de un (ex compañero ya) de fatigas pegada con cachos de celo en el cristal sin que nadie se inmute, una partida (o campeonato mejor) de mus, un aibalaostia joder y cómo no? no podía olvidarme del Athlétic!, sacrosanta institución...
Poco o nada cambia en la ciudad de dentro, la del día a día, en los barrios de toda la vida, esa ciudad que está lejos de los focos y de los reportajes de las revistas de vanguardia. Es lo bueno y malo a la vez. O es como es, ni bueno ni malo. Un día decides que ya está bien, que la quieres mucho pero te tienes que ir, necesitas salir, marchar, tomar distancia. Te alejas, la echas de menos, pasas el duelo, te acostumbras a no verla, a dejar atrás una parte de tu vida que sabes que no volverá. De vez en cuando vuelves, y es para darte cuenta de que ya no te pertenece. O de que ya no le perteneces. Pasó el tiempo, pasaron muchas cosas, te hiciste de otros lugares, viajaste, caminaste, cambiaste, volviste, te marchaste, volviste a venir y te volviste a marchar. La vida giró y giró, dio vueltas, alocadamente a veces, otras consumiéndose pesada y cansinamente sin que nada sucediera, o al menos, eso parecía… Pero el tiempo fue implacable. Simplemente él hizo su trabajo, mientras tu dormías, estudiabas, corrías o trabajabas, el seguía a lo suyo. Se consumía. Los ingleses, tan objetivos y puntillosos para llamar a cada cosa por su nombre, lo llaman spend. Esa es su idea de que el tiempo pase; se va gastando, a sí mismo, poco a poco, implacable, segundo a segundo, día a día, año a año, una vida detrás de la otra, a veces impasible, tedioso; otras vertiginoso, desbocado.
y el nuevo Bilbao |
Cuando vuelves descubres que el cambio que tuvo
lugar fue aquel que se realizó dentro de ti. Sin darte cuenta, casi
imperceptible. Ves a la gente, sus caras 20 años más viejas, con las mismas
poses, las mismas dinámicas y piensas: Bien que me fui, aunque me doliera,
aunque me costara. Hoy ya no soy el mismo. Estoy aquí, pero ya no soy aquel. Yo
cambié, ¿bueno o malo? Qué más da. Esa no es la pregunta. En ese momento sí que
me acuerdo de la frase del cambio, aquello de que es lo único que permanece.
Ahora puede que de verdad los entienda, más allá de frases ingeniosas. Y me doy
cuenta de que lo que ya no comprendo es nada que no lo implique. Porque aquello
que no cambia se destina a sí mismo a morir, a desaparecer, a no perdurar, a
estancarse.
B&B&B: Bilbao, Barcelona, Bilbao y
entre medio tantas y tantas cosas. Ahora la siguiente B es distinta, parece la
misma pero no lo es. Es otra…. Pero eso será en próximas entregas…
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