Le estoy cogiendo el gustillo a la bici, de nuevo. Después de cierto tiempo
de stand-by, de pereza, de no estar muy motivado, las últimas salidas que he
hecho me han hecho reconciliarme con esta modalidad de conocer los alrededores montado sobre dos ruedas. En nuestro viaje asiático pude comprobar el efecto que ejerce la bicicleta en
la gente.
No es lo mismo ser turista en un autobús, tren o avión, llegar, hacer
lo que tengas que hacer y volver a largarte, que arribar a los sitios
sentado en tu bici, con gotas de sudor cayéndote por los ojos, con evidentes
gestos de dolor a veces o simplemente con la cara desencajada después de varias
horas pedaleando. No es que usáramos mucho este medio de transporte, pero
cuando lo hacíamos el efecto causado en la gente se notaba inmediatamente. Y
las personas con las que compartimos algún trozo del camino y que ellas mismas
iban en bici o lo habían hecho anteriormente, nos decían lo mismo: la acogida
cuando llegas en bicicleta a un lugar, nada tiene que ver a la que recibes cuando llegas de otra forma. La gente te mira, te sonríe,
te reconoce el esfuerzo, lo valora, sale a saludarte y te admira incluso. "Ey, ahí viene ese, el
que viaja en bici", parecen decir, sin que sepan muy bien si ese es tu
medio de transporte habitual o quizá solo por unos días, o por unas horas...
Pues el otro día me paso algo parecido, aunque solo parecido, cuando me
pegué la paliza de ir desde Salàs a Tremp, ida y vuelta. A la ida por el lado izquierdo del
Pantà de St. Antoni, disfrutando de una naturaleza mágica, viendo como las nubes,
el Sol, el cielo azul o el reflejo de las verdes montañas en el agua, formaban
un paisaje único, privilegiado yo de poder admirarlo durante unas horas. Viendo
también a tan poca distancia, las cumbres nevadas de la Vall Fosca o del Parc de
Aigüestortes. Pues bien, a la llegada a Tremp, creí ver, quizá solo intuir, un
poco de ese brillo en los ojos en algunos paisanos con los que me cruzaba. Quizá
fueran imaginaciones mías, poco sabían ellos de donde venía, aunque igual lo intuían.
Pero no sé porque, en mi mente se encendió el switch, de forma automática,
inconsciente, así que por algo debió ser. El caso es que sentí, después de
muchos meses, que cuando se vive en un entorno rural, lejos de la gran urbe,
pero lejos de verdad, al final los patrones del comportamiento humano se van
repitiendo, con independencia del país en el que vivas, y aunque haya
diferencias culturales evidentes, en el fondo, fondo fondo, piensas, intuyes,
sientes sin poder explicar muy bien el por qué, que todo es lo mismo, o parecido,
que en la vida en la naturaleza, o cerca de ella, el ser humano no se ha
corrompido tanto, que aún existe gente honesta, que todavía hay personas que
respetan la palabra, el honor, el orgullo y que aún hay gente que te mira con
ese brillo en los ojos cuando llegas a su pequeña población perdida en el mapa,
sentado en tu bicicleta, cansado, pero sonriente.
Y que es mucho más fácil y cuesta muy poco, ¡sonreír en lugar de no hacerlo!
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El Noguera Pallaresa entra en el Pantano St Antoni |
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Aramunt, pueblito pre-pirenaico |
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Aramunt Vell, entre sierras y rocas |
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Azul, verde, marrón, blanco, ¿que más se puede pedir? |
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¡de 40' nada! ¿Quien ha puesto estas señales? ¿¿Los de la Alpina??? |
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Mi pueblito, al fondo el Pirineo a tocar con los dedos |
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Precioso pantano, es nuestro mar |
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Pueblito again |
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Sant Antoni y Pessonada al fondo |
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Llego roto pero cansado y satisfecho! |
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